Encontré el diario de mi yerno por accidente. Había subido al altillo para buscar una caja de herramientas cuando un cuaderno de cuero negro cayó desde lo alto y golpeó el suelo con un sonido sordo. Al ver la letra en la portada —recta, firme, perfectamente reconocible— supe que pertenecía a Ethan. Mi curiosidad pudo más, y abrí el cuaderno pensando que sería alguna lista de tareas o notas de trabajo.
La primera frase en la página me atravesó como un puñal:
“Hoy es el día. El viejo no lo logrará…”
El viejo.
Ese era yo.
Mi corazón se detuvo un segundo. Sentí un calor extraño subir por la nuca. Leí la frase varias veces, esperando haberla malinterpretado, pero las palabras permanecían allí, crueles y secas. Tragué saliva e intenté respirar, pero el aire se volvió pesado.
Con manos temblorosas pasé a la siguiente página.
La letra de Ethan seguía igual de serena, como si lo que escribiera fuera lo más normal del mundo:
“La dosis está lista. Solo queda esperar a que tome el té esta noche. Nadie sospechará. Luego, todo será nuestro.”
El diario se me resbaló casi de los dedos. Me quedé helado. Un escalofrío me recorrió la espalda al comprender que mi vida estaba en peligro inmediato… y que el plan ya estaba en marcha.
Recordé el té que Ethan insistía en prepararme cada noche desde hacía semanas, diciéndome que “era bueno para la presión”. Recordé cómo me había sentido últimamente: mareos, debilidad, torpeza al caminar. Ahora todo tenía sentido.
Miré la puerta del altillo. La casa estaba completamente silenciosa. Ethan había salido hacía media hora para “comprar pan”.
Tenía, con suerte, veinte minutos.
Me levanté de golpe. Las piernas me temblaban, pero sabía que quedarme significaba morir. Tenía que salir por la ventana trasera del altillo, bajar por el tejado y llegar a la calle sin que nadie me viera.
Porque si Ethan volvía y me encontraba allí…
sería demasiado tarde.
Me acerqué a la pequeña ventana del altillo, la abrí con cuidado y asomé la cabeza. El jardín trasero estaba vacío. Solo el sonido lejano de un perro y el viento golpeando las hojas. No podía permitir que el pánico me paralizara, así que empecé a moverme lentamente.
Bajé al tejado inclinándome hacia adelante, tratando de mantener el equilibrio. Mis manos sudaban, mis rodillas estaban débiles, pero el miedo me daba una fuerza extraña. Una caída podía ser fatal, pero no tanto como quedarme dentro de esa casa.
Al llegar al borde del tejado, vi la cerca del vecino, baja y de madera. Si lograba saltar allí, podría salir a la calle sin pasar por la puerta principal.
Escuché un motor.
Mi corazón se encogió.
Un coche se detuvo frente a la casa.
Ethan había vuelto.
Me agaché de inmediato. Desde el borde del tejado podía verlo bajando del auto con una bolsa pequeña. Sonreía. Caminaba sin prisa, como si la noche ya estuviera decidida. Miró hacia las ventanas, incluyendo la del altillo. Me congelé al pensar que quizá había notado algo, pero siguió su camino.
Entró a la casa.
Ya no tenía tiempo.
Respiré hondo, cerré los ojos un segundo y me dejé caer hacia la cerca del vecino. El golpe me sacudió todo el cuerpo, pero no me rompí nada. Me arrastré como pude, gateando primero y luego poniéndome de pie.
La puerta del vecino estaba a solo cinco metros. Toqué desesperadamente.
Me abrió Laura, una mujer amable que siempre saludaba desde lejos. Cuando me vio pálido, sudando, casi sin voz, frunció el ceño.
—Señor Martín, ¿qué pasó?
—Necesito ayuda… —susurré—. Mi yerno quiere matarme.
Laura no dudó. Me dejó pasar, cerró la puerta con llave y llamó de inmediato a la policía.
Mientras hablaba con ellos, escuché un ruido detrás de la cerca. Pasos.
Ethan.
—¡Martín! —gritó desde el otro lado—. ¿Dónde estás? Tenemos que hablar.
No era una voz preocupada. Era controlada, fría… calculadora.
La policía tardaría unos minutos. Pero Ethan ya estaba allí.
Y yo sabía que no se iría sin intentarlo.
Laura apagó las luces de su casa y me llevó a la habitación trasera. Me ayudó a sentarme en una silla mientras yo intentaba recuperar el aliento. El miedo me tenía los músculos tensos, pero también sentía una determinación que jamás había imaginado en mí.
—Tranquilo, la policía viene en camino —susurró Laura.
Aferré el diario entre mis manos como si fuera mi escudo. Cada frase escrita allí era la prueba de que no estaba imaginando nada, de que el peligro era real. Afuera, los pasos de Ethan seguían moviéndose alrededor de la casa, cada vez más cerca de las ventanas.
—¡Martín! Esto es absurdo —gritó—. Solo quiero hablar contigo.
Laura me miró con horror.
—No abra la puerta —le dije casi sin voz.
De pronto, un golpe seco sacudió la ventana del pasillo. Luego otro. Ethan estaba probando si podía forzarla. Laura llamó de nuevo a la policía, desesperada.
Yo sabía que no tenía fuerza para correr, pero sí tenía algo más: la verdad escrita en ese diario.
Si lograba entregarlo a las autoridades, Ethan no podría negarlo.
Los golpes se detuvieron. Un silencio espeso llenó la casa.
Ese silencio que uno sabe que nunca es buena señal.
Entonces, desde el porche, escuchamos sirenas. Rojas y azules. Dos patrullas se detuvieron frente a la casa de Laura. En cuestión de segundos, los oficiales rodearon la zona.
Ethan intentó escapar por el jardín trasero, pero lo atraparon. Gritaba que todo era un malentendido, que yo estaba confundido, que estaba enfermo. Pero cuando un agente encontró en su bolsillo un pequeño frasco con restos de un polvo blanco… su expresión cambió por completo.
Horas después, en la comisaría, entregué el diario. Los agentes lo leyeron con el ceño fruncido, sin poder creer lo que tenían en las manos.
Yo solo respiré hondo.
Había sobrevivido.
Ethan fue detenido esa misma noche, y su verdadera motivación salió a la luz: quería quedarse con la casa, con mis cuentas, con todo lo que Clara —mi hija fallecida— siempre quiso que yo conservara.
Cuando regresé a casa semanas después, el silencio ya no me daba miedo.
Era libertad.
Y ahora que terminé de contarlo, me gustaría saber algo:
¿Qué habrías hecho tú si encontraras un diario así?
¿Te escaparías inmediatamente… o intentarías enfrentarlo?
Tu opinión puede ser el comienzo de otra historia.




