Mi esposo perdió la memoria hace cuatro años. La semana pasada, mi hija y yo lo llevamos a un neurólogo. Cuando ella se excusó para ir al baño, el doctor, temblando, me susurró con urgencia: “Contacte a las autoridades… su hija…”

Mi esposo, Oliver Bennett, perdió la memoria en un accidente automovilístico hace cuatro años. Desde entonces, nuestra vida se convirtió en un rompecabezas incompleto. Yo, Clara Morales, hacía todo lo posible por mantener estabilidad para él y para nuestra hija de doce años, Emily. Sin embargo, en el último año, Oliver había empezado a mostrar cambios extraños: olvidos más profundos, momentos de desconexión, y un miedo inexplicable cuando Emily estaba cerca, aunque él no sabía justificarlo.

Después de muchos debates internos, decidí llevarlo a un nuevo especialista, el neurólogo Dr. Andrew Collins, en quien varias amistades confiaban plenamente. La cita estaba programada para un viernes por la tarde. Oliver llegó nervioso, y Emily trataba de mantenerse fuerte, aunque yo podía ver que sus manos temblaban ligeramente.

Durante la consulta, el doctor realizó preguntas básicas: nombre, fecha, orientación espacial. Todo parecía dentro de lo esperado para alguien con amnesia post-traumática. Luego pasó a revisar algunos estudios recientes: resonancias, informes de exámenes cognitivos y un análisis genético que nos había solicitado la semana anterior.

Emily, algo inquieta, pidió permiso para ir al baño.

El doctor esperó a que la puerta se cerrara antes de girarse hacia mí. Su rostro, que había mantenido profesional y neutro, se descompuso en una expresión tensa. Sus manos temblaban visiblemente mientras sostenía la carpeta con los resultados.

—Señora Morales… —susurró con una voz tan baja que apenas pude escucharlo—. Necesita ponerse en contacto con las autoridades… es acerca de su hija…

Sentí que el aire desaparecía de mis pulmones.

—¿Qué quiere decir? —pregunté, sin aliento.

El doctor tragó saliva, incapaz de ocultar el pánico.

—No es seguro que estén aquí. Los resultados… indican algo extremadamente grave. Su hija… no debería…

En ese instante, la puerta volvió a abrirse. Emily apareció sonriendo, sin sospechar nada. Yo intenté componer mi rostro, pero el doctor apartó la mirada, incapaz de ocultar el espanto.

Algo terrible estaba por revelarse.

Y aquello cambiaría mi vida para siempre

El doctor pidió que volviéramos al consultorio al día siguiente, sin Emily. Pasé la noche sin dormir, revisando cada recuerdo de mi hija desde que era pequeña. ¿Qué podía ser tan grave como para involucrar a las autoridades? ¿Una enfermedad genética? ¿Un error en su identidad? ¿Algo relacionado con el accidente de Oliver?

A la mañana siguiente, me presenté sola. El Dr. Collins cerró la puerta con llave antes de hablar.
—Señora Morales, los análisis de ADN comparativo… no son consistentes. —Respiró hondo—. La prueba establece con un 100% de certeza que su esposo no es el padre biológico de Emily.

Mi mente quedó en blanco.
—Eso no tiene sentido —susurré—. Yo nunca le fui infiel.

—El problema es otro —continuó él—. Según la base genética, Emily coincide parcialmente con un perfil que está en una base de datos nacional… uno perteneciente a un caso criminal abierto.

Sentí un frío recorrerme la espalda.

—¿Está diciendo que… mi hija está involucrada en algo ilegal?

—No directamente —aclaró—. Pero su perfil coincide con el de una persona buscada por tráfico infantil hace doce años. Y eso implica que… Emily podría haber sido víctima de secuestro en su infancia.

Me quedé sin palabras.

El doctor sacó un archivo sellado.
—La coincidencia corresponde a una mujer llamada Rebecca Carter, acusada de haber robado un recién nacido en un hospital de Boston en 2012. El ADN coincide lo suficiente como para sugerir parentesco directo.

Mi corazón latía con fuerza.
—¿Entonces… Emily no es mi hija biológica?

El doctor negó lentamente con la cabeza, evitando mirarme a los ojos.

El mundo se quebró bajo mis pies. Recordé el caos en el hospital cuando di a luz. Recordé a una enfermera extraña que insistió en llevarse al bebé para “controles rutinarios”. Recordé un corte eléctrico que apagó las cámaras. Recordé mi propia confusión mientras aún estaba sedada.

¿Había estado criando a la hija de una criminal?

Cuando regresé a casa, Oliver me esperaba en el sofá. Tenía los ojos rojos, como si hubiera llorado.
—Clara… —susurró—. Creo que… yo sé quién es Rebecca Carter.

Sentí que el terror me helaba la sangre.

—Oliver, ¿qué recuerdas?

Él respiró profundo, su voz tembló.

—Creo… que estuvo conmigo antes del accidente.

Las palabras de Oliver me dejaron paralizada.
—¿La conocías? —pregunté con un hilo de voz.

Él asintió, nervioso.
—No estoy seguro de todo, pero anoche… tuve un recuerdo. La veo a ella, Rebecca… discutiendo conmigo en una habitación. Tenía un bebé en brazos. Yo estaba pidiéndole que lo devolviera. Ella gritaba que “nadie lo merecía más que ella”. Después… solo oscuridad.

Mi cabeza giraba.
—¿Crees que Emily… sea ese bebé?

—No sé —respondió Oliver—. Pero sé que Rebecca me odiaba… y que juró hacerme daño.

Sentí un temblor en el cuerpo.
—¿Y si el accidente que te quitó la memoria… no fue un accidente?

El silencio que siguió lo dijo todo.

Ese mismo día, recibí una llamada desconocida.
Una voz femenina, ronca y débil, susurró:
—Deja de buscar. Ella es mía.

Me quedé helada.
—¿Rebecca?

La llamada se cortó.

Llevé a Emily al policía local de inmediato. Les expliqué la situación y entregué las pruebas del neurólogo. La agente encargada, una mujer firme llamada Laura Méndez, nos escuchó con atención.

—Si la criminal aún está viva, es extremadamente peligrosa —dijo—. Necesitamos proteger a su hija y verificar toda la información.

Emily, confundida y asustada, me tomó la mano.
—Mamá, ¿me vas a abandonar? ¿Ya no soy tu hija?

Me quebré.
—¡Tú eres mi hija! Biológica o no, te parí en mi corazón cada día de tu vida.

Mientras se iniciaba la investigación, las autoridades descubrieron que Rebecca Carter había sido vista en nuestra ciudad semanas atrás. Al parecer, llevaba tiempo vigilándonos. La policía instaló vigilancia en mi casa y ordenó protección temporal para Emily.

Esa noche, mientras intentaba dormir, recibí un mensaje:
“Tu marido me lo debe. Y tú también.”

Era ella. Rebecca. Aún viva. Aún obsesionada.

Pero esta vez, no iba a permitir que nos destruyera.

Sabía que la verdad estaba por salir a la luz, una verdad que no solo revelaría el origen de Emily, sino también el papel de Oliver en aquel oscuro pasado.

Y ahora, mi familia entera estaba en peligro.