La amante ataca a la esposa embarazada en el hospital — la venganza del padre multimillonario sacude a toda la ciudad.

El olor a desinfectante del hospital siempre le generaba inquietud a Amelia Carter, pero aquella mañana su miedo era distinto: después de desmayarse por el estrés de descubrir la infidelidad de su esposo, la trasladaron a una habitación privada para proteger su embarazo de seis meses. Aún tenía las manos frías y el pulso inestable. Mientras acariciaba su vientre, trataba de convencerse de que lo peor había pasado.

Pero la puerta se abrió de golpe.

En el umbral apareció Olivia Marks, la amante de su esposo Daniel. Sus tacones resonaron con fuerza sobre el piso y su expresión estaba cargada de odio.
—“Así que aquí estás… fingiendo ser la víctima como siempre”, escupió con sarcasmo.

Amelia se incorporó lentamente.
—“No deberías estar aquí. Estoy embarazada. No quiero problemas.”

Olivia rió, un sonido frío y venenoso.
—“¿Problemas? Tú eres el problema. Daniel me ama a mí. No a ti. Y cuando tenga que elegir, no creas que lo hará por una mujer débil como tú.”

Amelia tragó saliva.
—“Daniel es mi esposo. No tienes derecho—”

—“¡Cállate!”—gritó Olivia, avanzando hacia ella con pasos descontrolados.

Sin previo aviso, Olivia la empujó por los hombros, haciendo que Amelia cayera hacia atrás sobre la cama. Desconcertada, intentó cubrir su vientre, pero Olivia la sujetó del brazo con fuerza.

—“Deberías desaparecer. Daniel estaría mejor sin ti.”

El corazón de Amelia latía tan rápido que apenas podía respirar. El monitor cardíaco comenzó a emitir pitidos acelerados.
—“Por favor, para… el bebé…”

Pero Olivia no se detuvo.
—“Llorona patética. Ojalá dejaras de fingir.”

En ese instante, Amelia sintió un dolor punzante en el abdomen. Sus dedos se aferraron a la sábana y un sollozo escapó de sus labios. Intentó gritar, pero la voz se le quebró.

Y justo cuando Olivia levantó la mano para golpearla otra vez, la puerta volvió a abrirse con fuerza, esta vez acompañada de pasos firmes y una voz grave que resonó como un trueno:

—“¡Aléjate de mi hija ahora mismo!”

La sangre de Amelia se heló.
Reconoció esa voz… aunque no la había escuchado desde hacía años.

El silencio que siguió fue tan espeso que parecía llenar toda la habitación. Olivia se giró sobresaltada y retrocedió un paso al ver al hombre que acababa de irrumpir. Vestía un traje oscuro, elegante, y su mirada era tan fría que la joven sintió un escalofrío en la nuca.

—“¿Quién demonios es usted?”—balbuceó Olivia.

El hombre no respondió de inmediato. Caminó hacia la cama, se inclinó y tomó la mano temblorosa de Amelia con una delicadeza que contrastaba con la furia visible en su rostro.
—“Soy Alexander Carter, su padre.”

Olivia parpadeó varias veces.
—“¿Su… qué?”

Amelia estaba en shock.
—“Papá…? ¿Qué haces aquí… después de tantos años?”

Alexander apretó su mano suavemente.
—“Nunca dejé de buscarte, Amelia. Y cuando vi lo que esa mujer te estaba haciendo…”
Su voz se quebró por un instante, antes de volver a endurecerse.
—“Nadie toca a mi hija.”

Olivia intentó recomponerse.
—“Ella me atacó primero. Yo solo me defendí.”

Alexander rió sin humor.
—“¿De verdad esperas que crea eso? Las cámaras del pasillo ya lo han registrado todo. Y los sensores de la habitación también.”

El rostro de Olivia palideció.

En ese momento, dos enfermeras entraron al escuchar los gritos. Al ver a Amelia encogida de dolor, una de ellas corrió hacia el monitor.
—“Su presión está bajando. Necesitamos revisarla de inmediato.”

Alexander dio un paso atrás para dejar espacio, pero no apartó los ojos de Olivia.
—“Ya llamé a la policía. Llegarán en minutos.”

—“¡No puede hacer eso!”—chilló Olivia.
—“Puedo y lo haré.”

Las enfermeras colocaron a Amelia en posición segura, verificando los latidos del bebé. Una de ellas la tranquilizó:
—“La tensión está alta por el estrés. Pero el bebé está a salvo.”

Amelia sollozó de alivio.

Cuando la policía finalmente llegó, Alexander entregó su teléfono con los videos captados. Los agentes registraron la habitación y tomaron declaración.
—“Señorita Marks, queda usted detenida por agresión a una mujer embarazada y por poner en riesgo su vida y la del feto.”

Olivia comenzó a llorar, suplicando que la dejaran ir, culpando a Amelia, al estrés, incluso al “amor por Daniel”. Pero nadie la escuchó. La sacaron esposada del hospital.

Amelia, aún débil, miró a su padre con los ojos llenos de años de preguntas sin respuesta.

Alexander se sentó a su lado.
—“Esta vez no pienso dejarte sola.”

Y por primera vez desde la infancia, Amelia sintió que quizás tenía un hogar donde volver.

La noche siguiente, el hospital estaba tranquilo. Las luces tenues y el sonido rítmico de los monitores acompañaban los pensamientos de Amelia, que aún intentaba asimilar todo lo sucedido. Con el cuerpo agotado y el corazón agitado, pensó en la violencia, en la traición de Daniel y en la inexplicable reaparición de su padre después de tantos años de ausencia.

Alexander entró en silencio, llevando una bandeja con té caliente.
—“Los médicos dicen que estás estable. El bebé también.”

Amelia forzó una sonrisa.
—“Gracias por quedarte… No esperaba verte nunca más.”

Alexander se sentó frente a ella.
—“Sé que fallé. Y sé que nada de lo que diga borrará el daño que te causé desapareciendo. Pero cuando vi el video de lo que te hicieron…”
Se detuvo, respiró hondo.
—“Sentí que si no aparecía ahora, te perdería para siempre.”

Amelia lo observó. Aquel hombre poderoso, temido por muchos, parecía roto. No era el millonario imponente conocido por la prensa; era solo un padre arrepentido.

—“Solo necesitaba que estuvieras aquí cuando era pequeña…”—susurró ella.
—“Y estaré ahora. Si me lo permites.”

Antes de que pudiera responder, un agente de policía llamó a la puerta.
—“Señorita Carter, venimos a informarle que la señorita Marks ha sido oficialmente acusada. También estamos investigando la responsabilidad de su esposo en los hechos.”

Amelia cerró los ojos.
—“No quiero verla nunca más. Y respecto a Daniel… que la justicia haga lo suyo.”

Cuando el agente se fue, Alexander apretó la mano de su hija.
—“Si quieres iniciar una nueva vida, yo puedo ayudarte. No para controlarte, sino para apoyarte. Lo que decidas, estaré contigo.”

Por primera vez, Amelia no sintió miedo.
—“Quiero empezar de nuevo. Por mí. Y por mi hijo.”

Alexander sonrió suavemente.
—“Entonces lo haremos.”

El amanecer comenzó a iluminar la ventana del hospital. Amelia miró hacia la luz, sintiendo que un ciclo oscuro de su vida finalmente se cerraba. No sabía qué le depararía el futuro, pero sí sabía una cosa: ya no estaba sola, y jamás volvería a permitir que alguien la maltratara.

Con una respiración profunda, se dirigió mentalmente a quien escuchara su historia:

“Si estuvieras en mi lugar… ¿habrías perdonado a mi padre? ¿Habrías dejado atrás a Daniel para siempre?
Quiero saber qué piensa la gente en España. ¿Qué harías tú?”