La noche en Frostfall Hall debía ser una celebración elegante, llena de luces, música suave y el espíritu cálido de la Navidad. Pero para Eleanor Hart, embarazada de siete meses, aquella fiesta representaba algo completamente distinto: la última oportunidad de salvar su matrimonio con Victor Hail, un empresario británico cuya actitud fría había crecido en los últimos meses. Desde que llegaron, Eleanor sintió un nudo en el estómago. La atmósfera era tensa, no por la fiesta en sí, sino por las miradas afiladas de dos mujeres: Margaret Hail, su suegra, y Sabrina Cole, la supuesta asistente personal de Victor, aunque todos sabían que su relación iba mucho más allá del ámbito laboral.
Mientras los invitados reían y brindaban, Margaret se acercó a Eleanor con una sonrisa forzada.
—“Tu vestido parece… demasiado sencillo para una ocasión tan importante”, murmuró.
Sabrina rió con un tono venenoso.
—“Aunque, bueno, tampoco podemos esperar mucho de alguien como tú.”
Eleanor respiró hondo. Había soportado meses de comentarios hirientes, pero aquella noche sentía una fragilidad especial. Sin embargo, lo peor estaba por venir. Cuando se acercó a la mesa de aperitivos para evitar un colapso emocional, Sabrina se le aproximó con una copa de vino tinto en la mano.
—“¿Quieres un poco? Quizás así puedas relajarte un poco…”
Antes de que Eleanor pudiera reaccionar, Sabrina inclinó la copa y el vino tinto cayó directamente sobre el rostro y el vestido de embarazada de Eleanor. Los invitados quedaron en silencio, horrorizados. Margaret soltó una carcajada breve, satisfecha con la humillación.
Eleanor, temblando, levantó la vista buscando a Victor. Pero lo encontró a unos metros de distancia, sin moverse, mirando la escena sin intención de intervenir.
—“Siempre dramatizando, Eleanor…” murmuró él, cruzándose de brazos.
Pero lo que nadie sabía —ni siquiera Eleanor— era que alguien más observaba la escena desde la barandilla del segundo piso: un hombre de traje oscuro, inmóvil, con la mirada fija en la joven embarazada. Era Alexander Hart, un multimillonario que había desaparecido de la vida de Eleanor muchos años atrás. Y en aquel preciso instante, al ver a su hija humillada, todo estaba a punto de explotar.
La tensión en el salón podía sentirse como una cuerda a punto de romperse. Eleanor respiraba entrecortadamente, tratando de mantener el equilibrio mientras el vino goteaba por su vestido. Los invitados murmuraban, algunos indignados, otros simplemente atónitos. Sabrina daba un paso atrás con una sonrisa triunfante, mientras Margaret disfrutaba de la atención que la escena generaba. Victor, impasible, parecía más molesto por el “escándalo” que por el sufrimiento de su propia esposa.
Eleanor trató de hablar, pero la voz se le quebró.
—“¿Por qué me hacen esto? ¿Qué les he hecho?”
Margaret respondió sin remordimiento:
—“Simplemente no eres adecuada para esta familia. Y esta noche, todos pueden verlo con claridad.”
La humillación era tan profunda que Eleanor sintió que las piernas le fallaban. Se sujetó a una silla cercana, intentando recuperar el aliento. En ese momento, un fuerte golpe resonó por todo el salón cuando las puertas del segundo piso se abrieron de par en par. Todas las miradas se dirigieron hacia la escalera principal.
Un hombre alto, de mirada severa y porte imponente, comenzó a descender lentamente. Nadie lo reconocía, excepto Eleanor, cuya respiración se detuvo por completo.
—“No… puede ser…” susurró ella.
El hombre se detuvo al llegar al último escalón.
—“Creo que ya es suficiente.”
La voz profunda reverberó en el silencio absoluto.
Victor frunció el ceño.
—“¿Y usted quién se supone que es?”
El hombre lo miró directamente.
—“Soy Alexander Hart, padre de la mujer a la que acabas de permitir que humillen.”
El salón estalló en murmullos. Victor palideció. Margaret dio un paso atrás y Sabrina casi dejó caer la copa que tenía en la mano.
Alexander se acercó a Eleanor, colocó suavemente una mano en su hombro y luego giró hacia los demás.
—“He visto todo. Las cámaras también. Espero que estén preparados para asumir las consecuencias de lo que acaban de hacer.”
Victor tartamudeó:
—“Eleanor nunca dijo que… que tú…”
—“Porque no era necesario”, interrumpió Alexander. “Pero ahora sí lo es.”
El personal de seguridad del salón apareció en respuesta a la llamada silenciosa de Alexander. Sabrina dio un paso atrás, intentando culpar a Eleanor:
—“¡No fue mi culpa! ¡Ella tropezó!”
Pero Alexander sacó su teléfono.
—“Las grabaciones dicen lo contrario.”
Sabrina, Victor y Margaret quedaron completamente expuestos. Y la noche, que había comenzado como una fiesta de lujo, se transformaba rápidamente en un escenario de justicia inminente.
El caos se intensificó cuando el equipo de seguridad rodeó a Victor, Margaret y Sabrina. Los invitados apenas podían creer que la humillante escena que acababan de presenciar estaba siendo ahora respaldada por pruebas directas. Eleanor, temblando, observó todo sin saber si llorar por alivio o por vergüenza. Alexander, fiel a su carácter directo, pidió una sala privada para hablar con los organizadores del evento y preparar la declaración oficial ante la policía.
Victor intentó acercarse a Eleanor.
—“Podemos hablar… No tenías que traer a tu padre para exhibirnos así.”
Pero Alexander se interpuso.
—“No hablarás con ella. Ni ahora, ni después.”
Margaret, nerviosa, trató de recuperar su postura altiva.
—“Todo esto es un malentendido. Eleanor siempre ha sido… complicada.”
—“Complicada es la palabra que usan quienes no soportan ser responsables de sus acciones,” respondió Alexander, sin levantar la voz.
Sabrina, desesperada, quiso escapar por la entrada lateral, pero fue detenida de inmediato.
—“¡No hice nada! ¡Es ella la que exagera!”
Alexander levantó una ceja.
—“¿Exagera? ¿Golpear a una mujer embarazada con una copa de vino es exagerar?”
La policía llegó minutos después. Eleanor fue llevada a una sala tranquila para asegurarse de que su embarazo no había sufrido ningún daño. Allí, finalmente, se derrumbó.
—“Papá… ¿por qué regresaste ahora?”
Alexander se sentó frente a ella con una suavidad que contrastaba con su carácter imponente.
—“Porque vi el video que alguien publicó en las redes. Y porque nunca dejé de buscarte.”
Eleanor rompió a llorar. La distancia, los años perdidos, las heridas del pasado; todo se mezclaba con el presente caótico. Pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió protegida.
Al día siguiente, el caso fue llevado a una audiencia rápida. Las grabaciones, los testimonios y las declaraciones demostraron claramente que Sabrina había atacado deliberadamente a Eleanor, que Margaret la había acosado durante meses y que Victor había permitido todo. Los tres recibieron sanciones legales, multas y restricciones para acercarse a Eleanor.
Cuando salió del tribunal, Eleanor tomó aire frío y miró hacia adelante con determinación. Alexander caminaba a su lado, y por primera vez, ella sintió que no estaba sola.
Se giró hacia quienes escuchaban su historia y dijo en voz baja, pero firme:
“Si tú hubieras sido yo… ¿habrías perdonado a alguien de ellos?
Cuéntame tu opinión. Quiero saber cómo lo ven los españoles.”







