Todas las enfermeras que cuidaron a este paciente en coma quedaron embarazadas de manera misteriosa… hasta que un detalle lo cambió todo…

El Hospital General de Valencia era un lugar donde nada parecía escapar al ritmo rutinario de pasillos largos, turnos interminables y urgencias imprevisibles. Sin embargo, para el doctor Adrián Morales, especialista en medicina interna desde hacía doce años, algo comenzó a romper esa normalidad cuando tres enfermeras —Laura, Beatriz y Clara— anunciaron su embarazo en menos de cuatro meses. Lo inquietante no era la coincidencia del tiempo, sino que las tres habían trabajado directamente con el mismo paciente, identificado como Paciente 114, un hombre llamado Mateo Ordóñez, oficialmente en coma desde hacía siete años.

Mateo había ingresado al hospital tras un supuesto accidente de moto en Castellón. Su historial médico indicaba lesiones severas, pero al observarlo de cerca, Adrián siempre tenía la impresión de que algo no encajaba. Su musculatura se mantenía firme, su piel conservaba un tono saludable y sus constantes vitales eran anormalmente estables. La mayoría de pacientes en coma largo mostraban atrofia visible, pero Mateo no.

Una tarde, mientras revisaba su historial, Adrián comentó con Laura, la última enfermera asignada al paciente:
—No parece alguien que lleve siete años sin moverse.
Laura bajó la mirada. —Algunos cuerpos resisten mejor… supongo.

El comentario dejó a Adrián intranquilo, pero decidió no insistir. No obstante, cuando escuchó que Beatriz, quien había renunciado meses antes, también estaba embarazada y evitaba responder llamadas del hospital, la preocupación creció. ¿Simple casualidad? ¿O había algo más?

Adrián acudió a la dirección del hospital, pero el director le pidió evitar “malinterpretar situaciones personales de las enfermeras”. Esa respuesta, lejos de tranquilizarlo, encendió aún más sus sospechas.

Decidió entonces revisar las cámaras del pasillo donde se encontraba la habitación 114. Para su sorpresa, la cámara que apuntaba directamente a la puerta del paciente llevaba meses desconectada, algo que nadie había reportado.

Aquella noche, tras su turno, Adrián volvió solo al hospital. Entró en la habitación 114. Mateo permanecía quieto, respirando de manera regular. Adrián comprobó el pulso: era fuerte, demasiado fuerte para un paciente en coma profundo. Mientras se retiraba, creyó escuchar un cambio mínimo en la respiración, como si alguien hubiese fingido dormir unos segundos antes.

Se giró rápidamente. Mateo seguía inmóvil. O al menos eso quiso creer Adrián, aunque juraría haber visto un ligero movimiento en sus labios.

Con el corazón acelerado, salió de la habitación. Algo oscuro se escondía detrás de ese paciente… y de las enfermeras implicadas.

Y Adrián estaba a punto de descubrirlo.

Al día siguiente, Adrián no pudo concentrarse en ninguna consulta. La imagen del leve movimiento en el rostro de Mateo lo perseguía sin descanso. Finalmente decidió actuar. Sin pedir permiso a nadie, instaló discretamente una microcámara detrás del monitor cardíaco de la habitación 114. Sabía que podía poner en riesgo su trabajo, pero también sabía que algo en esa historia era demasiado grave para ignorarlo.

Dos días más tarde, revisó las grabaciones en su despacho. Lo que vio lo dejó paralizado.

A las 2:06 de la madrugada, Mateo abrió los ojos con total normalidad, se incorporó lentamente y se retiró él mismo la vía intravenosa. Se levantó de la cama, estiró los brazos y bebió agua de una botella escondida bajo la mesita. No mostraba ninguna secuela física, ningún signo de rigidez, ninguna debilidad muscular. Era el comportamiento de un hombre completamente sano.

A las 2:11, la puerta se abrió. Laura entró. No gritó, no se sorprendió. Sonrió.
—Todo despejado —susurró ella.
Mateo respondió con un tono cómplice: —Perfecto. Luego me pondré otra vez en posición.

Hablaron durante varios minutos con una naturalidad que demostraba que aquello no era nuevo. Laura le entregó alimentos, revisó su presión arterial, y finalmente él volvió a recostarse, adoptando la expresión inerte de un paciente en coma.

El estómago de Adrián se encogió. ¿Por qué las enfermeras colaboraban? ¿Qué ganaban con ello? ¿Y qué significaban los embarazos?

Esa misma tarde llamó a Laura a la sala de descanso.
—¿Quieres explicarme esto? —preguntó, dejando varias fotos sobre la mesa.
Laura tembló.
—No… no puedes entenderlo…
—Inténtalo.

Tras unos segundos, estalló en lágrimas. Confesó que Mateo jamás había estado en coma. Era un fugitivo implicado en un atropello mortal en 2017, y alguien poderoso lo había ayudado a ocultarse. Mateo necesitaba una identidad segura y un lugar donde nadie lo buscara. El hospital era perfecto.

Las enfermeras que lo cuidaban habían recibido dinero por mantener la farsa. Con el tiempo, la historia se volvió más turbia: algunas, incluida Laura, terminaron involucrándose emocionalmente con él. Los embarazos habían sido “accidentes”, conflictos que Mateo prometía resolver, aunque nunca lo hacía.

Antes de que Adrián pudiera procesar todo, una voz masculina resonó en la puerta.

Mateo estaba allí, despierto, en pie, mirándolo directamente.

—Doctor —dijo con calma inquietante—. Ya ha visto demasiado.

Adrián sintió un nudo en la garganta, pero mantuvo la mirada fija en Mateo.
—Se acabó —dijo con firmeza—. No puedes seguir ocultándote aquí. Has usado este hospital, has manipulado a estas mujeres… y has tomado una vida hace años.

Mateo sonrió, una sonrisa cansada.
—Usted no entiende, doctor. Ellas sabían en lo que se metían. Yo solo intentaba sobrevivir.

Laura, pálida, retrocedió hasta la pared.
—Mateo, basta —susurró—. Ya no podemos seguir así.

Adrián dio un paso hacia la puerta, pero Mateo se interpuso.
—Nadie va a denunciar a nadie hoy.

Adrián sabía que sus posibilidades de enfrentarse físicamente a Mateo eran mínimas. Así que decidió jugar su última carta.
—Las grabaciones ya no están solo conmigo —mintió—. Hay copias seguras. Si me pasa algo, la policía recibirá todo.

Mateo titubeó por primera vez. Ese segundo de duda fue suficiente: Adrián salió del despacho y activó la alarma interna del hospital. Personal de seguridad corrió hacia el pasillo, rodeando al fugitivo. Laura se derrumbó en lágrimas, incapaz de seguir protegiendo una mentira tan corrosiva.

En menos de una hora, la Policía Nacional llegó al hospital. Adrián entregó la microcámara y todas las pruebas recopiladas. Laura y las otras dos enfermeras colaboraron plenamente, detallando cada movimiento del plan que habían mantenido por años.

Mateo fue detenido bajo cargos de fraude documental, obstrucción a la justicia y homicidio imprudente encubierto. La historia rápidamente se convirtió en noticia nacional, aunque el hospital intentó mantener la discreción para evitar un escándalo mayor.

Durante semanas, Adrián fue interrogado, felicitado y cuestionado, a veces todo al mismo tiempo. Su vida profesional cambió para siempre, pero él sabía que había hecho lo correcto.

Un día, recibió una carta. Era de Beatriz, una de las tres enfermeras. Dentro había una foto de tres bebés jugando juntos en un parque. El mensaje decía:

“Gracias, doctor. Por más dolor que haya habido, gracias por romper el círculo. Ellos merecen crecer libres.”

Adrián guardó la carta en su despacho. Miró por la ventana del hospital, respiró hondo y sintió una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que la memoria del Paciente 114 nunca lo abandonaría, pero también sabía que la verdad, aunque duela, siempre salva más vidas que las mentiras.

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